La frase que aparece en el título la saqué de un libro que leí en
el verano, que me encantó. Como siempre no lo terminé (siempre dejo el último
capítulo, y no porque sea algún afán que tenga, ni lo hago conscientemente,
pero nunca termino, en fin…).
El chico del libro se llamaba August, y tenía malformaciones en su
rostro, por mero azar genético. Ese tipo de enfermedades de genes recesivos,
que le pasan a uno entre un millón. Bueno, él tenía eso. Y claramente, como no
es un rostro muy “agradable” a la vista, la gente se le quedaba mirando, hacía
gestos o decía cosas, arrancaba, etc. Claramente para un niño no es fácil vivir
así, tampoco lo es para su familia, amigos, cercanos. Dejó de ir a la escuela y
retomó para quinto año. Allí conoció a personas, hizo amistades, maduró,
aprendió a quererse como era. Y al final, fue un final feliz. Pero él no
llevaba siempre el rostro descubierto. Cuando tenía 6 años la mejor amiga de su
hermana le regaló un casco de astronauta, que él usaba en cada oportunidad, iba
a todos lados con él puesto. Halloween era precisamente una de sus fechas
favoritas del año, pues allí podía cubrirse y ser tratado como una más, como
alguien “normal”, y eso yo lo asimilo con nosotros. Si bien está este “cubrimiento”
material, físico, que por razones obvias gente con problemas similares lo hace,
también están las máscaras “mentales”.
Somos seres con caretas. Aparentamos o pretendemos ser más de lo
que somos, o algo diferente. Y ¿por qué? Porque nosotros así lo queremos, la
sociedad lo impone, etc… En realidad es una mezcla de factores. Es una forma de
adecuarse al medio muchas veces, pues éste no se adecuará a nosotros. También
es una forma de esconderse. Pero esta máscara no es para esconder nada. Esta
máscara tiene el efecto contrario. Pretende mostrar lo que sentí en el momento.
Un poco de lo que soy y lo que me representa.
Si bien es muy común ver esto del sol y la luna en decoraciones,
no me importa. No pretendía hacer algo original, si no como lo dije antes, algo
que me representara.
Uno de mis placeres es sentir los rayos del sol en mi cara. Siento una gran energía que se transmite y se introduce en mí. Por un instante olvido las cosas malas o desagradables. Me siento en paz. Aunque esa sensación dure 5 segundos (luego me quito del sol, porque si no me expondría a un cáncer y no es la idea), son los 5 segundos más felices.
Uno de mis placeres es sentir los rayos del sol en mi cara. Siento una gran energía que se transmite y se introduce en mí. Por un instante olvido las cosas malas o desagradables. Me siento en paz. Aunque esa sensación dure 5 segundos (luego me quito del sol, porque si no me expondría a un cáncer y no es la idea), son los 5 segundos más felices.
Y, ¿por qué si ha de encantarme el sol, también prefiero la luna?
Porque la luna tiene un efecto completamente distinto. Una distinta forma de
brindarme paz. Siento que es un ser/ente que cuida de mí allá arriba. No me
considero una persona creyente, o mejor dicho no profeso religión alguna, pero
sí creo en una fuerza superior a nosotros y a todo lo que podamos imaginar, que
nos vigila. No está allí para decirnos qué está bien o qué está mal, pero
observa nuestro comportamiento, nuestro alrededor, ilumina en la oscuridad de
la noche nuestro camino.
no cumples con las 500 palabras
ResponderEliminardebes cambiar la plantilla (es predeterminada)
ResponderEliminararreglado! (me pasé un poco en las palabras :c)
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